La violencia NUNCA tiene justificación

Escribir cuando uno/a siente desconcierto y pesadumbre es ciertamente complicado, y más hacerlo en momentos tan complejos como éstos. Hablar del tema catalán desde dentro es como fundirte en una espiral de vivencias, convicciones y sentimientos que se agolpan quejumbrosos, reclamando su protagonismo. Llevo leyendo muchas cosas en las que puedo estar total o parcialmente de acuerdo; de hoy mismo destacaría a Arturo Pérez-ReverteIgnacio Escolar,  el Robot Pescador (a los que replicaría con el contenido del libro L'Oasi Català), Ada Colau o incluso Barbijaputa (para compensar lo de Pérez-Reverte).Tenemos como punto de partida la historia, el relato de los acontecimientos        -sobre todo en los últimos diez años-, pero sobre todo los sentimientos de quienes tenemos alrededor, aquellos que desean para siempre desligarse de una nación de la cual sólo han sentido el desprecio, el ninguneo, la humillación. 

Tras un análisis simple concluiríamos que los que más catalanes se sienten nunca han contado con una mayoría suficiente para sustraerse de esos gobiernos retrógrados y casposos que nos han gobernado durante largas temporadas, los gobiernos de los recortes, las mentiras y la corrupción. Pero ahondando un poco más todos nos damos cuenta de que es más que probable que los gobiernos catalanes tampoco hayan hecho lo suficiente, también por motivos espurios. Quienes nos han llevado hasta aquí son los unos y los otros, por mucho que en nombre del nacionalismo y las ideologías a los de aquí y a los de allí muchos les perdonen los pecados y se les defienda, aunque eso sí, vayan perdiendo votos.

Aquí es donde entramos los neutrales, equidistantes, nihilistas, los de la tercera vía, los defensores acérrimos del diálogo, los anarquistas, los apátridas, los malos de la película. Los que no entendemos de fronteras ni de banderas, aquellos que observamos no con frialdad, sino con preocupación, todo lo que está pasando. Los que hemos sido acusados de no condenar la violencia, de no mojarnos; hemos estado tan callados para no ser tildados de lo que no somos (especialmente de ser fascistas, unionistas o directamente tontos) que hemos quedado directamente acallados, probablemente por una corriente henchida de superioridad moral y de un cierto victimismo sin los cuales  probablemente habría sido imposible llegar a este punto.

Personalmente me siento muy herida por todo lo que pasó el domingo, y en contra de lo que había decidido, me fui a votar. No lo hice en contra de unos ni a favor de otros, sino que lo hice por la gente, por los que pasaron todo el fin de semana en las escuelas, por los que escondieron las urnas, por los que pusieron su integridad física en peligro para defender aquello en lo que creían. Lo hice por ese civismo, por la alegría con la que se invocaba la democracia  y porque estoy convencida de que, en su gran mayoría, no han hecho todo eso ni por la lengua, ni por la patria ni por las banderas, sino para hacer de nuestro mundo un mundo mejor. Probablemente también lo hice por mis contradicciones, por mi impulsividad. En cualquier caso, ¡qué diablos!, no era la primera vez que me saltaba la ley, y además, en teoría no iba a perder en ese acto ninguna neurona como sí ocurría las otras veces (ustedes ya me entienden.)

Sin embargo, yo no puedo ser tan optimista con respecto al advenimiento de una República Catalana. Las élites seguirán moviendo los hilos, haya más o menos fronteras. La historia lo demuestra. Haya o no aplastamiento -y ahora seguramente lo habrá- los que ganan seguirán siendo los mismos, los que convierten en blue jeans los pantalones de los cowboys, los que venden las camisetas del Che o de los Ramones, o los que comercializan las espardenyes tres o cuatro veces más caras de lo habitual, porque son moda. Son aquellos que se apropian de la creatividad y de los iconos del pueblo. Los que roban las ideologías para ganar dinero y votos. Los que, en ningún caso, se convirtieron en escudos humanos delante de los centros de votación. 

La gente admira y se divierte con el episodio de Puigdemont burlando al helicóptero de la Guardia Civil cambiando de coche en un túnel, para así poder votar. En ese momento pienso en Salvador Allende, o en el sacerdote Joan Alsina, o en Víctor Jara... Cuando ocurrió el alzamiento pinochetista, los tres se dirigieron a sus puestos de trabajo, a sabiendas de que podían ser apresados, o incluso asesinados. Ninguno de los tres sobrevivió, pero pasaron sus últimos minutos con su gente, con quienes debían estar, sin pensar en su salvación o supervivencia.

Para Puigdemont su gente, los vecinos de su pueblo, fueron menos importantes que el simple hecho de votar. Fue a apoyarles luego, cuando los palos ya habían pasado. Con su camisa limpia, su corbata recta y su chaqueta intacta.

Pero vayamos a las mentiras, manipulación y provocaciones de la otra parte, para no ser acusada de apoyar la mezquindad. El gran monstruo, la gran maquinaria del Estado, ese mismo Estado que se pasa las leyes por el forro cada vez que quiere y que proyecta sus propias miserias en los demás: xenófobos, ellos, nazis, ellos, golpistas, ellos... Están a punto de asestarle un golpe mortal al autogobierno de Catalunya del que vamos a salir todos tiritando. Creen absurdamente que, muerto el perro, muerta la rabia. Pero la rabia crecerá, y la valentía de este pueblo. Ante cada afrenta, las ganas de irse serán, si cabe, más fuertes. Me admiran la paz, la no violencia, la sensatez de este pueblo, puedo decir que mi pueblo. Ellos sí son ejemplo para nuestros hijos, aquellos a los que decimos no pegarás, no insultarás... sin diálogo no se solventan los problemas. La violencia sólo engendra más violencia.

A nuestros hijos no sabemos qué decirles ahora cuando ven la sangre y las porras. Cómo explicarles que la violencia que les negamos sí existe. Algún día los míos escucharán el discurso íntegro de Salvador Allende, por Radio Magallanes, en los instantes previos a su muerte. Especialmente nos detendremos en el siguiente párrafo: "Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos." Cuando me pregunten si esto es así, si es verdad, ¿qué podré decirles? Allende: suicidio antes de ser ejecutado, Mahatma Ghandi: asesinado, el Che Guevara: asesinado, Thomas Sankara: asesinado. La esperanza, ¿asesinada? Puede que sí.


Epílogo: Si hay algo de este proceso que me ha sorprendido ha sido el apoyo de músicos a los que admiro, como Morrissey, Bjork o The Suicide of Western Culture (con Fermin Muguruza, al que admiro pero de quien no me sorprende tanto). Dejo tres vídeos sensacionales; aunque no esté del todo de acuerdo con algunas de las letras, son temas brutales.









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