Segregación escolar: "Yo no soy racista, pero...."






NOTA DE LA AUTORA: Esta nota la coloco al principio y no al final de mi texto porque tengo que hacer una serie de advertencias acerca de su lectura. Voy a intentar ser lo más delicada posible pero el texto puede herir aún así muchas sensibilidades; es un tema enormemente complejo y tengo que confesar que a mi también me acucian las dudas. Tampoco puedo tirar la primera piedra: a lo largo de mi vida, aunque sólo haya sido de pensamiento, seguro que he tenido prejuicios racistas porque he crecido en una sociedad racista que nos graba a fuego ciertos apriorismos. Pero llevo cinco años inmersa en un colegio segregado, y creo tener suficientes elementos como para poder hacer una valoración y una llamada de atención acerca de este tema tan sensible. Este blog nació como una protesta y esta entrada nace porque me indigna y me duele que en esta ciudad no se esté haciendo nada de nada de nada por fomentar una escuela pública diversa, inclusiva y multicultural. Seguimos ostentando el dudoso honor de tener, en Terrassa, el mapa escolar más segregado de Catalunya.


Hace algo más de un año la Sindicatura de Greuges de Catalunya publicaba un informe en el que se situaba a Terrassa como la ciudad con mayor discriminación escolar o centros gueto de Catalunya. Entre otros datos, el estudio señalaba que tres colegios públicos de la ciudad poseían más del 70 por ciento de alumnado inmigrante de la ciudad. A ello hay que sumar otros centros que superan el 40, 50 o el 60 por ciento. Tres de los más segregados están en mi distrito, y a uno de ellos (situado a un minuto de casa) van mis hijos. Hablamos de centros segregados porque esos porcentajes no se corresponden con los índices de inmigración del barrio; se observa que las familias autóctonas llevan a sus hijos a los centros concertados de la zona u optan por llevar a sus hijos a otros distritos. También se destaca que otras ciudades con mayores porcentajes de población inmigrante -como Vic- han sabido hacerlo mejor, y han aplicado medidas para evitar esta situación. Lo de Terrassa, por decirlo suavemente, clama al cielo y, sin embargo, apenas se habla del tema y casi nadie parece tenerlo en cuenta.

Debo decir que sí hay quienes lo tenemos en cuenta, lo estudiamos y lo valoramos. Y esos no somos ni más ni menos que las mamás y los papás. Cuando yo estaba sumergida en los meses previos a la preinscripción, me metí en los foros, busqué y rebusqué información. En ese proceso encontré bien poca cosa, y si preguntaba a maestros, no encontraba más que cerrazón. Yo quería saber de sistemas educativos, de resultados, valorar si los prejuicios -los alumnos de las escuelas con alta población inmigrante salen peor formados- respondían a una realidad objetiva. Descubrí que tales informes son secretos (o al menos no es fácil acceder a ellos), que la transparencia es escasa o inexistente y que ni siquiera en las entrevistas con la escuela consigues saber toda la verdad. Me comía y reconcomía aquello que leía en los foros: "Yo no soy racista, pero... con la educación de mi hijo no quiero jugar." ¿Qué decidir? ¿Qué hacer? ¿Me estaré equivocando?

Conozco a familias que han hecho todo lo posible y más por llevar a sus hijos a escuelas de otros barrios, o incluso de otra localidad, para no inscribir a sus hijos en las escuelas segregadas que tienen al lado de casa. También conozco a quienes pagan sumas que no tienen para llevar a sus pequeños a escuelas concertadas. Entre esas familias conozco a varios educadores y maestros, incluso a algunos de mi propia escuela. Esas familias son mayoría y, si ellos tienen razón, yo lo estoy haciendo fatal. Pero quisiera defender mi elección con los pocos datos que tengo y en base a mi experiencia.

Advierto (para no levantar suspicacias) que de entrada no encajo con esos perfiles de familias cien por cien de aquí. Mis hijos son mestizos por lo que corresponderían al mismo tiempo al tanto por ciento de familias autóctonas como a la de inmigrantes. El nivel sociocultural de sus padres tampoco es el mismo, por lo que en realidad no sabría en qué lugar situarles dentro de las estadísticas.

Ya que no tenía datos respecto a resultados educativos, tuve que valorar otras variantes a la hora de escoger centro. Me ayudó mucho escuchar una conferencia del gran psicopedagogo Francesco Tonucci, en la que entre otras cosas subrayaba la importancia de matricular a los hijos en las escuelas del barrio, al lado de casa ... También decía que el éxito o el fracaso escolar podía no depender tanto del nivel de la escuela como del nivel educativo de las familias, sobre todo tal como está planteada la enseñanza en la actualidad (de la misma manera desde hace décadas).

Es cierto que en mi escuela hay padres con un nivel educativo bajo, por diferentes motivos. Algunos de ellos vienen de pueblos aislados (de otros países) donde no hay escuela, o tuvieron que ponerse a trabajar antes de lo que tocaba, o nadie les transmitió la importancia de la formación (o una mezcla de todo eso). Hoy en día son padres y madres igual de responsables, e incluso más que yo misma, con la educación de sus hijos. Se preocupan a veces más que yo por los deberes o por las notas.

Pero en esa misma escuela me he hecho amiga de una psicóloga nicaragüense, de una maestra peruana, de una emprendedora musulmana, de una auténtica "it girl" árabe que ha sacado adelante su propia tienda por internet y que ya va por la segunda tienda física. He conocido a una pareja de Túnez que estudiaba un máster de ADE en inglés, y he hablado de literatura rumana con una licenciada en filología de aquel país. En la escuela hay también limpiadoras, cuidadoras de niños y ancianos, administrativas, sindicalistas, empleadas de supermercado, comerciales, activistas de derechos humanos, fotógrafas, incluso mánagers de brokers de bolsa... De todas estas personas he aprendido.

Puedo decir sin embargo que mis hijos están mucho mejor integrados en la escuela que yo misma dentro de la comunidad de las familias del centro. Los niños no tienen problema; mis hijos han aprendido que las alas del cóndor pueden medir cinco metros, que en África hay un desierto que se llama Sahara y conocen términos como salam aleikum o bismillah antes de salir del ciclo infantil. No son ni mejores ni peores que otros niños, pero van a un colegio con una mescolanza de lenguas, nacionalidades y etnias más cercana a un aeropuerto que a una escuela.

Una de esas mamás, en este caso española, con las que convivo y a las que aprecio me decía no hace mucho: "Yo me niego a llevar a mis hijos a una escuela en la que no haya inmigración. Tienen que tener contacto con la realidad tal cómo es, viven en una sociedad diversa y deben tener contacto con eso desde niños." Comparto plenamente su afirmación, pero también me gustaría que mis hijos compartieran experiencias con niños catalanes. Y eso es complicado en nuestro colegio, donde prácticamente todas las familias son castellanohablantes.

En el barrio no es dífícil tener contacto con familias de otros países, pero sí lo es lograr la complicidad, el roce, evitar las suspicacias. Donde más comentarios racistas he oído es precisamente en las calles cercanas a casa, algo que me duele y me revuelve; difícilmente me he quedado callada. Ante esos comentarios, dolorosamente frecuentes, soy sospechosa de racista por ser autóctona y por la tendencia de ser metida en el mismo saco; así es complicado derribar barreras. En mi escuela me he encontrado con miniguetos: el de los musulmanes, el de los latinos, el de los españoles... aunque también es cierto que somos muchos padres y madres los que vamos por libre, que congeniamos y hablamos con todo el mundo, con la única premisa del respeto y la tolerancia.

Éste es el panorama. Por otro lado, los resultados académicos no son malos, buenos si tenemos en cuenta que se trata de un colegio de alta complejidad. Hay más dinero y más medios para el refuerzo, para solventar y soslayar el camino hacia el fracaso escolar. Cierto es que hay muchas cosas mejorables; por ejemplo, que las respectivas culturas de esa inmensidad de etnias estuvieran mucho más y mejor representadas. Y que alguien nos ayudara a articular que esos "miniguetos" se difuminaran. Pero no es un camino ni un destino fácil; es básico anular el miedo al otro, y ése es un proceso en doble sentido: los padres musulmanes que tienen miedo del contacto con el alcohol y la liberación sexual, y los otros que no ven con buenos ojos el uso del velo o la ausencia de cerdo como menú escolar.

Digo yo que si queremos ayudar a las feministas musulmanas, que haberlas haylas, primero debemos acercarnos a ellas, no despreciar, no humillar, no evitar. Hablar, compartir, respetar. Lo mismo con el resto de personas. La integración no es solo recibir educación, tener la oportunidad de trabajar, conocer la lengua de acogida. Es también no sentirte extraño, que los demás no te eviten; que no cambien a sus hijos de escuela, que quieran alquilarte sus pisos, que se interesen por tu gastronomía, por tus costumbres, incluso por tu Dios, por muy ateo que seas. ¿Queremos acabar con el yihadismo? Et voilà.

Tengo que decir en defensa de "a quien corresponda" que en otras ciudades europeas también se han estado haciendo las cosas mal o muy mal. Recuerdo la primera vez que fui a París, en un intercambio entre institutos, hace ya muchos años. Éste no era un país diverso y apenas había musulmanes entre nosotros. Me sorprendió, me gustó y me emocionó conocer a parisinos de origen inmigrante de segunda y tercera generación, del norte de África (Argelia o Túnez) o de países del Este. Pero con el paso de los años vi una película como "La Haine" o supe de los conflictos en los suburbios. Me enteré del trato no siempre exquisito a los turcos en Alemania. Y, en vez de mejorar, nos vamos retrotayendo y encerrando cada vez más, buscando una y otra vez la reafirmación de nuestra propia identidad, huyendo en definitiva del Otro.

Pero casi ningún experto sería capaz de sostener que la diversidad no sea algo bueno, que aporta sabiduría, amplitud de miras, conocimiento. Que puede ser una buena manera de mejorar la sociedad. Si no la mejoramos desde la escuela, ¿cómo podremos hacerlo?

Volviendo al caso de Terrassa, díganme ustedes, ¿de verdad es tan malo convivir con marroquís, senegaleses, chinos o peruanos? ¿Tenemos que meterlos a todos en la misma escuela y que no se relacionen con el resto? Convivir con ellos, ¿debe ser solo por militancia o por una elección casual? ¿Por qué deben nuestros hijos prescindir de esa riqueza?

No se trata sólo de una segregación territorial, residencial, es algo más. Es el reflejo de nuestra comunidad cada vez más retraída. "Yo no soy racista pero...". Los cambios empiezan por uno mismo, si queremos mejorar la sociedad los primeros que debemos hacerlo somos nosotros, como individuos y como colectivo. Pero el camino que hemos tomado es el inverso, y no  se está haciendo nada, a nivel institucional, para evitarlo.













Comentarios

  1. Respuestas
    1. Gracias amiga. Seguro que en Bruselas también se dan o han dado situaciones dignas de explicar... besos!

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