Elogio del periodismo (o el porqué hay que seguir confiando en el periodismo y en los periodistas)











Nunca lo he ocultado: yo soy periodista vocacional. Decidí que me convertiría en periodista a los 11 años, una maestra de la escuela me hizo ver la luz. Siempre recordaré aquella conversación.

Que yo haya sido tan insensata como para estudiar periodismo se debe en buena parte a aquella charla. Y digo insensata porque la nuestra es una de aquellas profesiones en las que, en nombre de la vocación, es fácil caer en la explotación, incluso en la autoexplotación. Es un trabajo en el que muchos hemos sido precarios, hemos hecho todas las horas extras del mundo sin pretender nada a cambio, y hemos tenido que aceptar de buen grado la precarización: nos venden que legiones de periodistas igual de vocacionales que nosotros pero mucho mejor formados están dispuestos a hacer el doble de nuestro trabajo por la mitad de sueldo, al menos al principio. Lo que deben tener en cuenta esas legiones, e incluso los capos de las redacciones, es que el periodismo se aprende en la calle, y a narrar, leyendo. Luego sólo escribir a diario te permite la suficiente soltura como para convertir la vocación en oficio. El espíritu crítico, discernir lo relevante de lo que no lo es, entra ya dentro de la idiosincrasia, del conocimiento de cada periodista. Tampoco ninguna facultad otorga ese conocimiento, condensado en un aula. Ese es un aprendizaje que no se detiene nunca, que nos obliga a estar siempre atentos, "al loro". El informador debe ser el mejor informado; sólo así podrá ser un mensajero eficaz.

Aunque insinuar que no se aprende nada en la facultad sería faltar a la verdad. Algo se aprende, normalmente verdades como templos difícilmente cuestionables, y que siendo tan joven nunca te habías planteado. Una de esas primeras verdades es que el mensaje que comunicas lo reciben las masas; emisor hay uno, pero los receptores son múltiples, como múltiple es su percepción. De ahí es fácil prever que el mensaje que emites no será recibido de la misma forma por todos, atendiendo a su edad, clase social, formación, intereses...  Tu mensaje pierde objetividad, pero oh!, sorpresa!, resulta que la objetividad no existe; esa es la segunda lección. Recuerdo perfectamente el enorme círculo dibujado en la pizarra, con un puntito en medio. Ese puntito es la información que damos los medios, y el enorme círculo, la realidad. Es completamente imposible explicar TODA la realidad, nos dicen en la facultad. Una vez te pones a ejercer confirmas que eso es dolorosamente cierto, y te avergüenzas por haberte sorprendido de una evidencia tan obvia.

Que me perdonen los recién graduados por ser tan poco pulcra en la transmisión de aquello que me enseñaron; estudié en la universidad hace ya más de un cuarto de siglo; no soy graduada, sino licenciada. Tengo mis recuerdos atrofiados y es probable que las cosas hayan cambiado muy mucho en la universidad, para bien. Pero creo que esas verdades siguen siendo vigentes, y aunque sean obvias, va bien pronunciarlas de nuevo de vez en cuando.

Dicho esto, la poco providencial subjetividad del periodismo parece estar causando estragos en el mapa mediático español. Los medios nacionales están entre los menos creíbles y menos fiables de Europa e, incluso, del mundo. Darte cuenta de que tal apreciación no sólo no es desacertada sino que además es enormemente inquietante, es fácil; basta con leer la misma información en varios medios para darte cuenta del tratamiento interesado, sesgado y manipulado de la información. Lo mismo ocurre, y con mayor descaro, en la televisión. Con todo, uno se pregunta: ¿la gente busca la verdad o "su" verdad? ¿Se ha convertido la información en entretenimiento?

Decía el gran maestro  Ryszard Kapuscinski, en "Los cínicos no sirven para este oficio": “Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas." Kapuscinski es uno de esos referentes a los que volver siempre, un buen periodista, una buena persona, un gran escritor y un sabio; basta con leer sus viajes con Heródoto, sus aproximaciones a Haile Selassie o al Sha, conocer su vida en África y sus desmayos por la malaria cerebral (que tanto le debilitaron) para darte cuenta de su grado de entrega y dedicación. Aún así tampoco él se libró de ser acusado de presentar como periodismo lo que en realidad era ficción. Lo sangrante fue que esa denuncia fue póstuma y Kapuscinski no se pudo defender. Lo que es innegable, en cualquier caso, es que pocos entendieron con tanta lucidez esta profesión como él.

Conozco a muchas buenas personas ejerciendo de periodistas, y las que no lo son, en realidad, no están ahí para ejercer el periodismo, sino por otras razones. La información -una interpretación de la realidad que debería ser fiel a lo que se observa- no sólo es poder, sino que es también negocio. Pero no hay que perder de vista que esos manipuladores son una minoría. Que sigue habiendo grandes periodistas en las redacciones, y medios que les dan pábulo. Y lo que es más importante; es crucial estar informados. Una de las prioridades es perseverar en la búsqueda de informaciones veraces, de calidad, aunque lo admito: no son buenos tiempos. Salvo honrosas excepciones, los medios suelen estar condicionados por los intereses políticos y, aún más, por los compromisos publicitarios. Pero los periodistas somos personas, buenas personas, y a poco que nos dejen, podemos volver a encarrilar las cosas.

El artículo 155 de la Constitución que se pretende aplicar en breve en Catalunya, también en lo que al control de los medios de comunicación públicos se refiere, es una aberración. Un ataque a la libertad de expresión y a la libertad de información  en toda regla, tal como se han ocupado de denunciar un sinfín de redacciones, de sindicatos y asociaciones profesionales de toda España. Provoca cierta angustia que esa injerencia se produzca con tanta desfachatez, cuando se trata de una medida tan claramente antidemocrática, y más viniendo de quien viene.

En este punto, ¿no sería un buen momento para plantearnos un revulsivo para los medios, para librarnos de la mala fama y de la cada vez más decreciente credibilidad? ¿Quién debería controlar aquello de lo que se informa, y cómo se informa? Para mí la respuesta es clara: somos los periodistas, igualmente llamados peones de las noticias, los proletarios de la información, los primeros interesados en mantener intacto el prestigio de una profesión que amamos, sí, que amamos, pese a quien le pese.


Comentarios

  1. Hola Pam, me ha encantado tu post. Sinceramente, creo que ojalá la profesión, la línea de choque sobre todo, se de cuenta de que el ejercicio del periodismo, en mi modesta opinión, es la ventana por la que la ciudadanía puede ver la realidad desde un punto de vista más o menos objetivo. No obstante, y como bien dices, los ataques al periodismo vienen de la política, las empresas, los anunciantes, y la propia presión de unos contra otros. Somos bastante caínitas, y a la vez, corporativos. Yo también soy de la vieja escuela, y bastante crítico con mi profesión, que ejercí en los inicios fundamentalmente... la ilusión de informar se me fue en el Diari de Barcelona cuando publicaron una foto de Jordi Pujol con una mano herida y un ojo a la virulé por un accidente doméstico, e hice un comentario en el pie de foto que obligaron a rectificar desde el Palau de la Generalitat. Ahí vi la esencia de este trabajo duro y, a veces, poco gratificante. No somos lo que queremos o debemos ser... la empresa manda, y eso es duro de aceptar, pero es un trabajo, y eso también es algo a tener en cuenta. Creo en los periodistas, y creo en la profesión. Pero también en la autocrítica, y en estos momentos que vivimos, muy pocos se atreven a hacerlo. Solo espero que tengamos la oportunidad de resolver nuestra dicotomía fundamental como informadores: Informar sobre lo que vemos, o solo ver lo que queremos informar. Un beso.

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    1. Contenta de verte por aquí Víctor... me ha gustado esa referencia al periodista "old school", aunque creo que aunque los periodistas parecen haber cambiado, el periodismo no tanto. No poder tomar las riendas es duro, en cierto modo es topar con el poder, hay mucha presión y se nos defiende poco. Las redacciones cada vez son más pequeñas y la presión es más grande... tú lo viviste, es escalofriante lo que cuentas. En fin Victor, el periodismo te perdió, como a tantos otros que valían la pena. No vamos bien... un abrazo!

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  2. Excelente, como siempre. Un beso de otra periodista vocacional.

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  3. Gracias Pam, ahora soy un media journalist, con un público en RRSS y dado al laconismo y la ironía. Como un viejo marinero de esos de taberna. Yo también me alegro de saber de ti. De una u otra forma, seguiremos en la brecha. Petons.

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