La metedura de pata de Catherine Deneuve








La primera vez que fui consciente de que hay una corriente de criminalización del piropo fue hace dos semanas cuando un señor me pidió permiso para decirme que le parecía que yo estaba especialmente guapa. Me desconcertó muchísimo esa necesidad de aprobación... claro que el comentario venía de un conocidísimo cronista y crítico de cine, ya semiretirado, que debe estar muy al corriente del movimiento #metoo (ha retransmitido más de una gala de los Oscars) y del hartazgo de muchas de las actrices más bellas y talentosas del panorama mundial han manifestado ante los casos de agresión y de acoso sexual en su entorno laboral.

Ayer mismo me metí donde no debía cuando otro periodista, en este caso de un diario catalán, reivindicaba el manifiesto que Catherine Deneuve y de otras cien profesionales e intelectuales francesas han dado a conocer reivindicando, entre otras cosas, la "libertad para importunar" que tienen los hombres sobre nosotras.

Ese manifiesto defiende que "el impulso sexual es por naturaleza ofensivo y salvaje", y que "una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar siendo el objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni una vil cómplice del patriarcado." Ostras, ostras, ostras.

Lo que yo le dije al periodista catalán, más o menos, es que su comentario me parecía una banalización de un movimiento que va mucho más allá y que ciertos piropos (como el que él mismo citaba, "niña, vaya culo, si no cagara...") no tienen nada de seductores, al contrario; provocan rechazo entre muchas mujeres, no son ni graciosos ni eróticos, sino que resultan simplemente ofensivos. Esa es mi opinión, aunque me cuesta creer que haya mujeres a las que les guste ese tipo de piropos. Tampoco puedo estar de acuerdo en que un hombre sostenga que, si no gustan sus comentarios elogiosos (según él), se entra en la categoría de monja asexuada y puritana que quiere acabar con la libertad sexual por los siglos de los siglos. Si un hombre cree eso, puede que también crea que todas las mujeres objeto de su deseo estarían encantadas de acostarse con él.

El debate está abierto, pero yo querría poner sobre la mesa una serie de reflexiones intentando ser muy clara ante un tema muy complejo sobre el que algunos hombres y algunas mujeres, a mi juicio, no están entendiendo nada de nada.

El movimiento #metoo pone el foco sobre graves situaciones de acoso, abuso de poder, chantaje y violencia sexual. Curiosamente, si una hace una búsqueda rápida en Google el manifiesto de Deneuve y cía. ha tenido mucha más repercusión que la rebelión en Hollywood; no en vano el manifiesto dice lo que el patriarcado quiere oír, pone en duda ciertas acusaciones y de algún modo pone "las cosas en su sitio" para los que no quieren que haya cambios.

Obviamente en cada revolución hay iniciativas que no ayudan; ese intento de eliminar el piropo sin más, es inútil. Los hombres no entienden porqué se les niega el derecho a piropear y la mujeres no quieren dejar de ser piropeadas. Lo que hay que explicar primero es el significado de todo eso... Detengámonos un momento en el piropo como inicio del proceso de seducción (y hablo del piropo más allá del guapa o guapo): el hombre toma la iniciativa, te elige. El hombre te observa como objeto sexual. El hombre lleva las riendas de ese deseado contacto. El hombre da por sentado que estás encantada de ser seducida por él. ¿Y tú qué pintas?, me pregunto. Pues bien poca cosa, más bien nada.

Esa idea equivocada de la superioridad de un hombre sobre una mujer puede ser, en sí, inofensiva. Te los quitas de encima y punto. Pero es descorazonador llegar hasta ahí, sin un flirteo de igual a igual, tan descompensado. Además, hay quienes van más allá de ese poder: Creen realmente que cuando las mujeres decimos que no, en realidad estamos diciendo que sí, y es entonces cuando, en ciertas situaciones, llegan las agresiones. El despliegue de esa superioridad es el problema, no el piropo que es en sí un mal menor.

Por supuesto que la señora Deneuve y cía. tienen todo el derecho del mundo a alimentar su líbido con pulsiones sexuales ofensivas y salvajes. ¡Y yo que tenía a la Deneuve (quizá por su trabajo con Buñuel), por más bien fría como un témpano! Pero que determinen que lo suyo es liberación sexual y el resto asexualización y puritanismo es, como poco, meter la pata. Creer que convertirte en objeto sexual es el único camino hacia lo sensual y lujurioso es limitar muchísimo todos los universos sexuales posibles. Ser inoportuno es para ellas libertad sexual, pero hay quien pueda vivirlo como una invasión de la propia libertad. Renunciar a la galantería, tan de siglos pasados, les abriría puertas insospechadas.

Lo que debería comenzarse a aceptar es que tal vez el problema sea otro, mucho más grave y mucho más profundo.

Siendo adolescente un día mi padre, licenciado en historia, me explicó algo que ahora me ayuda a comprender la situación en la que estamos. En el principio de los tiempos -me contó-, regía la libertad sexual o al menos se practicaba; todas se acostaban con todos, y viceversa. Pero los hombres, un día, empezaron a tener dinero y posesiones, y necesitaron saber quienes eran sus auténticos hijos, para trasladarles su legado. Así se inventó el matrimonio, y la familia.

Pero para retener a las mujeres, añado yo, hicieron falta algo más que contratos. Se crearon los estereotipos para apuntalar ese necesario sometimiento sexual y social: las mujeres nos convertimos (o más bien nos convirtieron) en seres frágiles, maternales, dulces, débiles... Necesariamente debíamos estar al amparo de un hombre, que como contrapartida, presentaba un estatus de dureza, fortaleza, seguridad. Las leyes y las religiones se ocuparon de validar esas convenciones culturales, creadas por los hombres en beneficio de los hombres. De la misma manera (y esa es también una teoría que me trasladó mi padre) los hombres sometieron a otros hombres, de raza negra. La descabellada teoría (aunque quizá no lo sea tanto) es que los blancos sometieron a los negros temerosos de que estos les robaran su lugar con su superioridad física y sus grandes vergas. Sé que son teorías para nada eruditas, pero nunca me ocupé de buscar las referencias científicas de fundamentos antropológicos que doy por sensatos.

A las mujeres nos ha costado siglos empezar a atisbar (tan sólo a atisbar), algún cambio al respecto. Dejar de ser un objeto de posesión. Comenzar a ocupar, sin reticencias, lugares hasta ahora tan sólo reservados a los hombres. Sentirnos ciudadanas de primera, que no se nos trate con actitudes paternalistas, que tengamos igualdad de condiciones y sobre todo que no se abuse sexualmente de nosotras, ni siendo niñas, ni siendo jóvenes, ni siendo adultas. Muchos hombres no saben lo que son los tocamientos en la calle, en el trabajo, en el metro, ni lo humillada que puedes llegar a sentirte. Muchas mujeres sí lo sabemos.

Lo difícil es derrumbar esos estereotipos, ser tratadas de igual a igual. Poder compartir tareas, poder decir no, poder elegir no querer ser piropeadas, copular cuando tengamos ganas y si no tenemos ganas, ser respetadas. Ser educadas de la misma manera que los hombres, y que ellos sean educados como nosotras.

Hay hombres que no entienden que si Eva no hubiera sido expulsada del Paraíso, quizá ahora todos viviríamos la sexualidad mucho más y mejor. Viviríamos con naturalidad nuestras pulsiones sexuales y, probablemente, actuaríamos de modo más acorde con nuestra naturaleza humana. Sintiéndolo mucho por Catherine Deneuve la naturaleza no nos señala a las mujeres como objetos sexuales sino simplemente como seres sexuales, y como tales, tenemos derecho a ser tratadas desde la igualdad y el respeto. Pero de momento, ellos son los donjuanes y nosotras, para algunos, los objetos, las putas o las monjas, dependiendo de nuestro comportamiento. Cambiar eso será una ardua tarea. Y Catherine Deneuve no ayuda.

(Y de postre, una divertida e interesante charla sobre feminismo)




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