Cae un periódico y queman libros




Se nos está escapando de las manos. Ver, escuchar, contar. Desde hace diez años nos vamos empequeñeciendo, pero resistimos, hasta que volvemos a caer cual piedra de Sisifo. Esta vez sí que creo que nos costará remontar.
Caen diarios, perdemos a periodistas de renombre, algunos incluso a los que amábamos. No salimos del bucle: el mundo está cambiando, debemos cambiar, no sabemos cómo demonios cambiar. La tristeza se hunde adentro y funciona como una anestesia. El dopaje que duerme a la sociedad.
Hace años nos provocaba ansiedad esta incertidumbre, ahora ya no; lo que tenga que pasar, pasará. El sufrimiento ha sido tan intenso, tan grave, que no hay lugar para más. Dejaremos el tormento para cuando sea irremediable sufrir de nuevo.
Perdemos, con el tiempo, nuestra razón de ser. Nuestro cometido. Nuestra voluntad de convertirnos en el mensaje, de esquivar la mentira y la banalidad. Nuestra humilde réplica al poder. Nuestra creatividad, nuestra conciencia. Perdemos el sentido de la vida, la dignidad. El valor del contraste, la posibilidad de ver las cosas a cámara lenta, deteniéndonos en cada detalle, en lo ínfimo, en lo grande, siendo fieles al surrealismo de lo más inesperado... Todo es noticia, cualquier acontecimiento. Nos sentimos los notarios de la historia, los cronistas de lo trascendente. Nos sentimos tan importantes, y somos tan poco; nos eliminan de un soplo, somos piezas de un tablero que ya no nos quiere.
Damos paso a los comunicadores, a los controladores de los clics, a los dueños de los efímero, a los enemigos del lenguaje. Como en "Farenheit 451", huelo quemar los libros. No sé qué decir compañeros. No sé qué decir.

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