El club de los desengañados






He militado hasta hace muy poco en el club de los desengañados, o para hablar con propiedad, en el de las desengañadas, en el de aquellas personas convencidas de que las revoluciones y los procesos sociales son inmediatamente absorbidos por las oligarquías, y de que el poder corrompe, y de que la ambición es poco menos que una llamada prematura del averno.
En ese contexto, de repente, como de la nada, he empezado a observar el cinismo, la mentira y esta plaga de neoliberalismo y neocapitalismo salvajes como una involución cada vez más irrecuperable, y como síntoma de un sistema irrevocable que busca el sometimiento y la victoria de unos pocos, cada vez más pocos, abriendo grietas y enfrentando a unos y a otros, en base a objetivos e incluso sentimientos equivocadamente prioritarios, dejando de lado los que deberían ser los más elementales valores humanos: respeto, comprensión, diálogo, solidaridad, sinceridad, empatía.
El poder corrompe, me digo, y hay una cualidad humana, una condición, altamente egoísta, malvada, inhumana e insolidaria que se está imponiendo sin más dilación, y ante eso, los que nos consideramos de otra pasta no hacemos nada.
Y no es en base a ese respeto, comprensión, solidaridad y humanidad que no lo hacemos, sino por algo más, por creernos en minoría, por no identificarnos con una masa que cree en la diferencia y en el alejamiento.
La mayoría está ahora en una encrucijada. Ante el reto de discernir entre la realidad y el teatro (Cifuentes), entre lo justo y lo dolorosamente injusto (Falciani), entre la verdad verdadera o la verdad impuesta (Puigdemont.)
Hoy ha sido un gran día. ¿Será el momento de salir del club?

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